24 de abril de 2010

El Ejercito Perdido

Proseguimos el viaje del otro lado del río tomando hacia mediodía. El paisaje era llano y uniforme pero, cuando el sol se ponía en el horizonte volvíendose una enorme esfera roja, aquel territorio desértico, árido y abandonado se trasformaba. La estepa, que de día, con el sol cayendo a plomo, parecía un páramo calcinado y cegador, se transfiguraba. Las más pequeñas piedras o los cristales de sal se convertían en superficies de reflejos preciosos y cambiantes. Muchas hierbas invisibles de día adquirían forma, los tallos, movidos por el viento del atardecer, vibraban como cuerdas de cítara, y sus sombras se alargaban desmesuradamente a medida que el sol descendía hasta desaparecer en un instante cuando se ponía en el horizonte.

Valerio Massimo Manfredi